viernes, 8 de enero de 2021

VIERNES 8


 "RECORDANDO EL SIGLO XX",  Jose Ceruelo Blanco nos ofrece hoy la siguiente entrega de su trabajo: Año 1928. Descubrimiento de la Penicilina.



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Jose Fernández Nieves, nos ha preparado una especie de serie-documental sobre el volcán Misti; y la ciudad de Arequipa en Perú. Dentro de esta serie nos encontraremos una costumbre muy extendida a lo largo de las  cordilleras andinas: Sacrificios humanos de niños.

También en Argentina, cerca de Salta se encontraron en marzo de 1.999 , Las Momias de Llullaillaco, también llamadas Niños de Llullaillaco y Niños del volcán, son los nombres con que se conocen los cuerpos de tres niños sacrificados por los incas excepcionalmente conservados por alrededor de quinientos años. 






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Araceli, desde Arenas de San Pedro en la provincia de Ávila, nos envía el siguiente trabajo de Carl Sagan.











Un dragón en mi garaje

"En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca"

 

 

 

Supongamos (sigo el método de terapia de grupo del psicólogo Richard Franklin) que yo le hago a usted una aseveración como ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real. ¡Qué oportunidad! -Enséñemelo- me dice usted.

 

Yo le llevo a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de pintura vacías y un triciclo viejo, pero el dragón no está.

 

- ¿Dónde está el dragón? - me pregunta.

- Oh, está aquí- contesto yo moviendo la mano vagamente.

- Me olvidé decir que es un dragón invisible.

 

Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas del dragón.

- Buena idea – replico -, pero este dragón flota en el aire.

 

Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego invisible.

- Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor.

 

Se puede pintar con espray el dragón para hacerlo visible.

- Buena idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría.

 

    Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará.

  Ahora bien, ¿Cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento válido contra ella. ¿Qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluto a demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para inspirarnos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo he pedido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.

 

  Lo único que ha aprendido usted de mi insistencia en que hay un dragón en mi garaje es que estoy mal de la cabeza. Se preguntará, si no se puede aplicar ninguna prueba física, qué fue lo que me convenció. La posibilidad de que fuera un sueño o alucinación entraría ciertamente en su pensamiento. Pero entonces ¿por qué hablo tan en serio? A lo mejor necesito ayuda. Como mínimo, puede ser que haya infravalorado la falibilidad humana.

 

  Imaginemos que, a pesar de que ninguna de las pruebas ha tenido éxito, usted desea mostrarse escrupulosamente abierto. En consecuencia, no rechaza de inmediato la idea de que haya un dragón que escupe fuego por la boca en mi garaje. Simplemente, la deja en suspenso. La prueba actual está francamente en contra pero, si surge algún nuevo dato, está dispuesto a examinarlo a ver si le convence.   Seguramente es poco razonable por mi parte ofenderme porque  no  me cree;  o  criticarlo por  ser un  pesado  poco imaginativo… simplemente porque usted pronunció el veredicto escocés de “no demostrado”.

 

 Imaginemos que las cosas hubiesen sido de otro modo. El dragón es invisible, de acuerdo, pero aparecen huellas en la harina cuando usted mira. Su detector de infrarrojos registra algo. La pintura de spray revela una cresta dentada en el aire delante de usted. Por muy escéptico que se pueda ser en cuanto a la existencia de dragones -por no hablar de seres invisibles -ahora debe reconocer que aquí hay algo y que, en principio, es coherente con la idea de un dragón invisible que escupe fuego por la boca.

 

  Ahora otro guion: imaginemos que no se trata sólo de mí. Imaginemos que varias personas que usted conoce, incluyendo algunos que está seguro que no se conocen entre ellas, le dicen que tienen dragones en sus garajes… pero en todos los casos la prueba es enloquecidamente elusiva. Todos admitimos que nos perturba ser presas de una convicción tan extraña y tan poco sustentada por una prueba física. Ninguno de nosotros es un lunático. Especulamos con lo que significaría que hubiera realmente dragones escondidos en los garajes de todo el mundo y que los humanos acabáramos de enterarnos. Yo preferiría que no fuera verdad, francamente. Pero quizás todos aquellos mitos europeos y chinos antiguos sobre dragones no eran solamente mitos…

 

  Es gratificante que ahora se informe de algunas huellas de las medidas del dragón en la harina. Pero nunca aparecen cuando hay un escéptico presente. Se plantea una explicación alternativa: tras un examen atento, parece claro que las huellas podían ser falsificadas. Otro entusiasta del dragón presenta una quemadura en el dedo y la atribuye a una extraña manifestación física del aliento de fuego del dragón. Pero también aquí hay otras posibilidades. Es evidente que hay otras maneras de quemarse los dedos además de recibir el aliento de dragones invisibles. Estas “pruebas”, por muy importante que las consideren los defensores del dragón, son muy poco convincentes. Una vez más, el único enfoque sensato es rechazar provisionalmente la hipótesis del dragón y permanecer abierto a otros datos físicos futuros, y preguntarse cuál puede ser la causa de que tantas personas aparentemente sanas y sobrias compartan la misma extraña ilusión.

 

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Como dice Carl Sagan en este cuento, aunque la frase es del genial Feynman:

"Tengo mente abierta, pero no tanto como para que se me caiga el cerebro al suelo.

"El escepticismo es el primer paso hacia la verdad"


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