Enviado por nuestro presidente Jose Ceruelo Blanco. Gracias Jose.
¿QUÉ HAY DEL CAMBIO CLIMÁTICO?
Episodios como la DANA
nos recuerdan que el cambio climático es una amenaza muy real, pero en los
últimos años la agenda medioambiental parece haber pasado a un segundo plano.
¿Nos sigue preocupando el planeta?
El aumento de la temperatura está acelerando el deshielo de los
glaciares.
Este año que dejamos atrás será tristemente recordado por los récords
preocupantes que se han cosechado en materia medioambiental. Por
ejemplo, será el más cálido jamás registrado, el primero en el que la temperatura promedio
haya superado una diferencia de 1,5 ºC con respecto a los niveles
preindustriales, el límite fijado por los Acuerdos de París para protegernos de los
efectos más devastadores del cambio climático.
Las consecuencias de estas anomalías ya se han hecho notar. El aumento de
la temperatura viene aparejado del incremento de los fenómenos meteorológicos y
climáticos extremos, tales como sequías severas, olas de calor e incendios de
grandes dimensiones. Episodios que contrastan con los casos de lluvias
torrenciales provocadas por depresiones
aisladas en niveles altos (DANA), un fenómeno especialmente adverso que
padecemos cada vez con mayor frecuencia en el litoral mediterráneo.
Con semejante panorama, lo más lógico sería pensar que el cambio
climático marcaría hoy la agenda global de las principales economías
del mundo, y que combatirlo se ha convertido en la principal preocupación de la
población del mal llamado norte global, donde los estragos de ese
aumento de 1,5 ºC se están haciendo cada vez más visibles… ¿Es
realmente así?
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¿Cómo seremos en el
futuro? Así estamos rompiendo la evolución
Si atendemos a la evolución de los compromisos públicos para reducir las
emisiones, podríamos llegar a la conclusión de que el calentamiento global nos
está provocando más desazón que preocupación. Así lo prueban, por
ejemplo, las conclusiones de la última Conferencia de las Partes celebrada en Bakú hace unas semanas, cuyo
principal acuerdo compromete a los países más desarrollados de Occidente
(especialmente EE. UU.. y los que forman la UE), a financiar un fondo de
unos 300.000 millones de dólares a los países menos desarrollados para elaborar
planes destinados a sufragar el cambio climático. Una cantidad que las
organizaciones conservacionistas han calificado de ‘pobre, decepcionante e
inadecuada”, teniendo en cuenta que el objetivo marcado al inicio de la cumbre
era inicialmente de 1.300.000 millones de dólares.
Un acuerdo de mínimos que ha sido calificado de ‘broma’ e ‘insulto’ por el
representante de Nigeria y que provocó que la cita medioambiental fuera
bautizada, como la ‘cumbre del descontento’.
Poco queda de aquella efervescencia popular que clamaba en las calles hace
5 años en pro de un futuro más sostenible a las puertas de una cumbre del clima
celebrada en Madrid, en la que una jovencísima Greta Thunberg alertaba de que
comenzaba ‘una nueva década que decidiría nuestro futuro’. Una COP, por
cierto, que también partía con grandes ambiciones, como un compromiso
para financiar a los países en desarrollo, un acuerdo para poner coto
definitivo a los combustibles fósiles o un plan inicial para
la creación de mercados de carbono similar al que funciona desde hace
años en la UE. Esto es, hacer que los países más contaminantes paguen por las
emisiones.
Finalmente, la cumbre de Madrid, como ha sucedido en Bakú, se saldó con
un acuerdo de mínimos y buenas intenciones, aunque hay que reconocer
algunos avances. Entonces, el objetivo de financiación era de solo 100.000
millones de dólares, tres veces menos que al pacto alcanzado en
Azerbaiyán, donde, después de un lustro, también han empezado a sentarse
las bases de lo que previsiblemente se convertirá en un mercado mundial
de derechos de emisiones. Algo hemos avanzado.
¿Y qué hay de la opinión pública?. En el caso de España, por ejemplo,
el barómetro del CIS del mes de
octubre, esto es, antes de la DANA que asoló a la Comunidad Valenciana- nos
indica que casi el 70% de los encuestados manifiesta abiertamente que
el cambio climático les preocupa ‘mucho o bastante’, una cifra incluso
superior a la preocupación manifestada ante la guerra en Oriente Próximo que,
sin embargo, es ligeramente inferior a las encuestas anteriores. Una tendencia
similar se desprende del estudio publicado el año pasado por
el Real Instituto Elcano, en el que se
afirmaba que un 16,3% de encuestados opinaba que el cambio climático era la
mayor amenaza a la que se enfrentaba el mundo, casi la mitad de los
preguntados en 2019.
¿Significa esto que el cambio climático ha dejado de importarnos? Quizá la clave sea
ofrecer soluciones factibles, cuantificables y recompensables, emulando el
ejemplo de los créditos de carbono. Toda acción tiene un coste, y la
sostenibilidad no es menos. Conocemos la amenaza, pero llevar a cabo
las acciones necesarias para combatirla no es una tarea fácil. Por
ejemplo, en España hace décadas que conocemos la importancia del reciclaje,
pero según datos del Ministerio para la Transición Ecológica, la tasa de
recogida es únicamente del 41,3%, muy inferior al objetivo del 70% marcado en la Ley de
Residuos. La solución planteada por el Gobierno pasa por el establecimiento
de un sistema de depósito,
devolución y retorno de envases (SDDR) similar al que se
lleva a cabo en otros países del mundo, desde Alemania hasta China.
Quizá la solución sea la de cambiar de estrategia, superar el
pesimismo y buscar compromisos cuantificables, especialmente en sectores
tan sensibles como el del transporte o el turismo. En definitiva, hacer que la
palabra sostenibilidad no se perciba como un concepto ‘tremendamente aburrido’.
No podemos permitirnos este lujo.
FELIZ NAVIDAD para todos nuestros socios
de AVOMACYL
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