EL RIO DUERO A SU PASO POR TORO
José Camarón Valderas
Al
asomarse al mirador denominado “El Espolón” y contemplar la bella vega toresana,
muchas personas se preguntan cómo se orientó el puente paralelo al río justo
donde cambia el curso noventa grados; pero no fue así.
De estilo tardo
románico, fue construido en el último tercio del siglo XII y primer cuarto del
XIII durante los reinados de los últimos reyes de León, Fernando II y Alfonso
IX. Estos monarcas pasaron grandes temporadas en Toro, una de las principales villas
leonesas de la frontera entre Castilla y León siendo los impulsores de una gran
repoblación de la zona, así como de la construcción de la Colegiata, la segunda
muralla de canto rodado, el puente y una serie de iglesias románico mudéjar de
ladrillo.
El río
discurría desde Castronuño al poblado de Timulos para continuar por los pagos
del Prado de la Serna, la Vega, El Torno y El Pedruño, entre Villaguer y
Villaveza, siguiendo por la estación del tren y llegar recto al puente. En la
Alta Edad Media se construyeron varias aceñas en las cercanías de Toro. Río
abajo, cercanas al puente, las de la Ribera de la Peral (La Pesquera); más
adelante las del Vado o Bao, de las que aún se conservan algunas, y las de la
Granja Florencia que pertenecieron al
monasterio de Valparaíso. Aguas arribas, entre los siglos XI y XII, las llamadas “del Prado”, en el citado Prado
de la Serna. De estas tenemos noticias por un documento fechado en Toro, 17 de
agosto de 1167, en el que el rey Fernando II y su esposa, doña Urraca de
Portugal, donan a
Casi un siglo
después, en un privilegio del rey Alfonso X dado en Valladolid el 2 de marzo de
1258, nombra a estas aceñas que había mandado derribar por alterar el curso del
río en las cercanías de Toro y que se indemnice a la Orden de San Juan por la
parte que le correspondía en las mismas y (Libro
de privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén…, fol. 38r):
“Don
Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla […], al concejo de Toro, salud e
gracia. Bien sabedes de cómo voz enbiastes muchas veces al rey don Fernando,
mio padre, e después a mi, sobre las aceñas de vuestra villa, a que dezien del
Prado, que las feziessemos derribar porque deziedes que venia en daño grande a
la puente de vuestra villa. E yo, porque falle en verdat que destajava el rio
en manera que a poco tiempo se perdería la puente e seria gran daño de la
villa, tove por bien de las mandar derribar; e mande a García Muñiz, mio
alcalde, e a Martín López, vuestro juez, que las derribassen. E otrosi por
fazer bien e merced aquellos cuyas eran
las aceñas e como quier que las podiesse derribar de derecho que non fuesen
ende muy poderosos, mande que les diessedes lo que valían […] Dada en
Valladolit, el rey la mando dos dias andados de
março. Pedro Perez de León la fizo mandado de don Suero, obispo de
Çamora, notario del rey. Era de mil e CCª. e noventa e seis años”
En este
documento vemos que el concejo toresano había solicitado de forma reiterada su derribo
ya en tiempos de Fernando III, lo cual nos indica que el cambio del curso del
río se venía produciendo desde la construcción de las mencionadas aceñas. Como
consecuencia de lo que se tardaron en demoler, fue imposible detener el desvío que
continuó a lo largo de los siglos. Para la construcción de las aceñas y
pesqueras era necesario hacer unas desviaciones, lo que en este caso dadas las
características del terreno y las riadas provocaron el cambio en su recorrido.
El cambio del
curso continuó y con ello el peligro de que dejara de pasar por el puente, por
lo que a mediados del siglo XVI, después de la gran crecida de 1545 y otra
mutación en el recorrido, fueron necesarias nuevas reparaciones y la
construcción de un muro para evitar que el río anegara la vega y los poblados
existentes en ella hoy desaparecidos, así como la inutilización del puente. De
esta forma, el río se comienza a canalizar en su margen izquierda. El coste de
las obras se realizaba, según la legislación del momento, entre la ciudad y las
poblaciones situadas a una distancia de 20 leguas, lugares que se consideraban
beneficiarios por el uso del mismo. En el año 1601 se derrumbó parte del
paredón provocando la desviación del cauce, “dejando el puente en seco”. Por este motivo se necesita efectuar
una nueva recaudación para mejorar y alargar el paredón-calzada hasta la
desaparecida ermita de San Lázaro, unos dos kilómetros; las obras se terminaron
en 1603
Como
consecuencia de las avenidas y los grandes esfuerzos que sufre al realizar las
aguas el giro en el mismo puente ha sufrido en numerosas ocasiones la ruina de
algunos arcos y derrumbes en el paredón, por lo que su mantenimiento ha sido un
problema continuo para la ciudad. En la abundante documentación que hay sobre
ello desde el siglo XVI, vemos que las reparaciones son constantes y muy
costosas. Los arquitectos y maestros canteros que intervinieron en las obras
eran lo mejor del momento, uno de ellos el famoso Gil de Hontañón (1563-64), lo
que demuestra la importancia del puente. A lo largo del siglo XVII y
posteriores son numerosas las
reparaciones y nuevas obras que se llevan a cabo, destacando la
efectuada por el maestro Valentín Zamarrasa entre 1714 y 1717.
Hay que
resaltar que el recorrido de Salamanca a Valladolid, denominado Camino Real, se
efectuaba normalmente por Toro al considerarse el más seguro, lo que hacía
necesario que el puente estuviera en buen estado. Continuamente era necesario
recaudar dinero para acometer las obras y para ello se idearon varios sistemas.
Las reparaciones han continuado en los últimos siglos; la última ha sido en el
año 2018.
Según diversos
estudios, las características geológicas del terreno y las grandes riadas que
ha sufrido la zona, han sido la causa de numerosos cambios en el recorrido del
río desde Castronuño a Toro; pero las obras realizadas por el hombre, como en
este caso, también han provocado alteraciones.
Bibliografía:
Carlos
AYALA MARTÍNEZ: Libro de privilegios de
Luis
VASALLO TORANZO: Arquitectura en Toro 1500-1650
A. SANCHEZ DEL CORRAL: El dominio fluvial del Duero entre
Castronuño-Toro